miércoles, 30 de abril de 2014

La bebida de los Incas

La bebida predilecta fue la asua o upi o acja o yamor tocto, llamada comúnmente chicha desde 1532, palabra de origen antillano introducida por los invasores hispanos.



Para prepararla, primero fermentaban el maíz seco humedeciéndolo con agua y colocándolo entre hojas de achira en un lugar abrigado de la casa. Cuando germinaba brotándole raicillas, lo retiraban para secarlo, quedando convertida en jora. Después molían la mayor parte ella y otra la mascaban para que la diastasa de la saliva motivara la fermentación. Luego eran echados en ollas con abundante agua para hervirla por varias horas. Una vez fría, en cuyo estado recibía el nombre de sarayumbia, se la vertía en urpos o tinajas para su maceración. Para la chicha de quinua preferían la de grano colorado.

El grado de fuerza "alcohólica" lo conseguían según los días que duraba la fermentación en los mencionados urpos o botijas de cerámica, hincados en un rincón de la habitación, es decir, en el sitio más abrigado de la vivienda. Al sedimento o concho que quedaba en el fondo del urpo, se le decía mamaasua (madre de la chicha), utilizado para apresurar el fermento de las posteriores. 




Se consumía chicha en cantidades gigantescas tanto en ceremonias, ritos y fiestas como en aynis, mingas (minkas) y mitas. Prácticamente constituía el agua cotidiana para calmar la sed. Pero eso sí, no era una bebida estrictamente alcohólica. La bebían en keros (vasos de madera y metal) y en potos (calabazas pequeñitas) como aditamento infaltable después de los alimentos. La falta de chicha, sostenían les producía debilidad, ausencia de entusiasmo y hasta enfermedades. 

El Estado Inca, por su parte, requería ingentes volúmenes de chicha para brindarla a los que servían al imperio. De ahí la necesidad de la existencia de mujeres especialmente dedicadas a su fabricación: unas mascando el grano para dejar caer el bolo en enormes recipientes de arcilla; otras hirviéndolo y otras cuidando de su maceración y distribución, aparte de las que preparaban la jora. En la costa central y norteña, la chichería fue elevada a la categoría de trabajo especializado. Los chicheros profesionales del litoral la expendían en tabernas, para lo que empleaban el trueque e inclusive unas hachuelas de cobre que funcionaban como dinero. En otras palabras, mientras los campesinos de las zonas andinas apenas la preparaban para ellos mismos, en la costa, la preparaban para venderla fuera de casa. 
Otras variedades de chicha las elaboraban a base de quinua, frutos del guarango, yucas y frutillos de molle. Cuando empleaban estos últimos no necesitaban mascarlos para conseguir la fermentación, por cuanto el propio frutillo concentra miel. 

martes, 8 de abril de 2014

el matrimonio inca

Todo matrimonio entre campesinos se formalizaba después de un tiempo más o menos largo de cohabitación prematrimonial llamado tincunacuspa en el sur y pantanaco en el norte. En él se buscaba que los futuros contrayentes pudieran descubrir la compatibilidad o incompatibilidad de sus psicologías, bajo la estricta vigilancia de sus padres; por cuanto el pantanaco podía cumplirse tanto en casa del futuro esposo como en la de la futura compañera. Lo que la mujer perseguía en el varón era un tipo que desatendiera la chacra, o sea la producción; y lo que apetecía el varón era que su cónyuge supiera manejar  las cosas del hogar. Si la pareja se hallaba conforme se realizaba el matrimonio en las fechas programadas por las autoridades estatales. Desde entonces el individuo adquiría su completa mayoría de edad y también su entera autonomía, convirtiéndose en un miembro activo del ayllu, pasando a vivir en una casa sólo para ellos, que podía ser levantada al lado de la casa de sus padres o más lejos. 



La edad para contraer matrimonio no era igual en todas las clases sociales. Entre el campesino o jatunruna la costumbre la fijaba en la edad juvenil. Pero tratándose de las familias jóvenes, las bodas se llevaban a cabo desde niño, con la finalidad de precaver y garantizar la pureza de sus linajes aristocráticos. Estos matrimonios lo concertaban sus padres; como los casaban entre los cinco y nueve años, después del rito, cada uno se iba a la casa de sus respectivos padres hasta esperar la edad conveniente para la relación marital.


En la nobleza no había enamoramiento ni cortejo para estas nupcias, ya que eran arregladas y convenidas por los progenitores, o por otras personas interesadas en perpetuar dicho sistema.
Solamente el hombre casado recibía su lote de tierra para sembrar. Mientras permanecía soltero vivía ne la casa de sus padres, dependiendo de los productos cosechados en las parcelas de éstos. Además sólo después de desposado quedaba obligado a cumplir mita al Estado inca, lo que explica por qué el incario se preocupaba y hasta presionaran para que se matrimoniaban luego de alcanzar el grupo de edad apropiado para tener una compañera.
Las autoridades estatales se encargaban de señalar las fechas para la realización de estos enlaces matrimoniales en la civilización inca. Los jatunrunas o campesinos, el matrimonio era monogámico y su disolución podía producirse por motivos muy graves. Estaban permitidas las segundas nupcias transcurrido un buen tiempo luego del fallecimiento del cónyuge o divorcio. 

domingo, 6 de abril de 2014

viviendas incas

La monogamia generalizada en el jatunruna redundaba directamente en el plano y disposición de su recinto conyugal. Tanto en la costa como en la zona andina, ya sea de quincha, pirca o adobe, tenían un espacio limitado, lo suficiente para albergar a una familia nuclear simple o una familia nuclear compuesta, siempre cortas. Las casas cuadrangulares de la costa y redondas en la zona andina, habitualmente tenía una dimensión de cinco o seis metros de diámetro, con techos formados de varas de madera que se juntaban en el vértice, cubierto con paja. No eran raras las viviendas cuadrangulares con cobertizos de dos aguas.
Mientras tanto, en las moradas en los hogares poligámicos (curacas y otros privilegiados), tenían que responder a las necesidades creadas para dar alojamiento a varias esposas y numerosos hijos. Por esa razón la residencia de los capacs (señores poderosos) ostentaban mayor tamaño, disponiendo de cuatro y más habitaciones. La edificación de cualquier vivienda demandaba ritos propiciatorios.



Otra peculiaridad de los domicilios de todas las clases sociales, sea en las tierras altas o en las bajas, es que tendían a la intimidad doméstica y dado el material del que echaban mano (piedra, adobe, quincha) mostraban una apariencia de humildad. Las casas solían tener una planta; en los Andes para la salida del humo dejaban un orificio o tronera en la parte más alta y central del cielo raso que fatalmente nunca resolvía el problema a satisfacción. No acostumbraban a tener cuartos destinados a hombres y mujeres por separado. 

Muchas de las casas en los Andes contaban con un grupo de habitaciones independientes construidas circundado un patio central. Todo el conjunto permancía rodeado por una cerca que sólo tenía una puerta para entrar y salir. No colocaban ventanas y si había era apenas muy pequeña, de modo que la habitación permanecía muy oscura. La luz y el aire penetraba a través de la puerta que daba al patio o cancha. En el interior sí tenían abiertas falsas ventanas o ventanas ciegas (alacenas o nichos). La ausencia de ventanas abiertas quedaba justificada para evitar el frío. El piso era siempre de tierra apisonada, salvo en las viviendas de los señores, en cuyo caso se le empedraba. 


En la construción de las casas en la costa no preparaban bases de cimientos cavando zanjas. Las paredes se las levantaba directamente sobre la superficie, adosando los adobes uno encima del otro. La cubierta lo hácían colocando vigas de guarango (algarrobo) y encima esteras u hojas, posteriormente lo cubrían con barro. Si el viento y las lloviznas carcomían ese barro, volvian a poner otra capa. En el área Tallán y Tumbes se obervaron casas de bajareques, osea con paredes de cañas y carrizos espaciados y sin embarrar para posibilitar la aireación de la vivienda. 

Las casas costeñas no requerían, por lo tanto, una intensa laboriosidad. Como hay abundancia de tierra, les bastaba aplastarlas y echar agua. Una vez que estaba revuelta y aplastada en los pies quedaba convertida en barro excelente para hacer adobes pequeños (adobitos) en moldes rectangulares de madera abiertos por arriba y por abajo. Se les secaba al Sol, para lo cual se les volteaba una vez deshidratados por uno de sus lados. Como en los meses de verano el calor es intenso, los adobitos se deshumedecían pronto. Pero no acostumbraban quemarlos, de modo que sino se desmoronaban con rapidez es porque en el litoral no llueve, salvo de vez en cuando, en el perímetro Tallán y Tumbes. Al levantar la pared, a los adobitos se les unía con barro fresco ; también conocía el uso de tapiales.  

Su ajuar y muebles estaban conformados por ollas y vasijas grandes; estas últimas para guardar ropa y granos. No concocían baúles de madera. Se sentaban sobre bancos de piedra y tierra hechos a manera de poyos o pircas. Hacían también bancos con el tallo del maguey de la puya Raimondi. Sin embargo ellos más habituaban tomar asiento en el suelo, a lo más sobre pellejos, esteras, petates o alfombras de pita (agave) o pelambre de llamas. En caso de usar bancos, éstos era sólo para los hombres, las mujeres invariablemente se sentaban en el suelo. Sus camas estaban igualmente encima de poyos o en el piso mismo, no conocían de almohadones o colchones. Para almacenar su bebida favorita como la chicha, poseían tinajas llamadas urpos, muy artísticas en el cusco, a las cuales hoy se les denomina aríbalos, palabra de origen griego. 
En las cocinas, para que ciertos alimentos no sean atacados por los insectos, concían unos artefactos que en los andes del norte recibían el nombre de shingas: aros con la superficie entrelazada de cabuyas y otros mimbres, colgados mediante tres cordeles unidos luego a unos solo que pendía de los tirantes más altos del techo. Otros eran redes y bolsas suspendida por una soguilla. 

Las mansiones de la éñite inca, eran monumentales debido a la magnitud de los bloques. Contaban con varios compartimientos y eran cómodas. Por lo usual cuatro habitaciones ubicadas alrededor de un patio central. Cada cuarto independiente del otro, de manera que quedaban frente a frente. Una de las salas se reservaba para el señor y las restantes para sus esposas, criados y despensa. Podían tener corrales contiguos. Cuando se trataba del aposento del Inca en parajes donde manaban aguas termales, en el patio central abrían y adornaban una pequeña piscina. Las techumbres de las residencias señoriales del sur se cofeccionaban con paja gruesa, levantándolas a manera de cúpulas, tan altas como las paredes del primer y único piso, lo que les proporcionaba belleza. Esto, de preferencia se usaba en las casas circulares que, al erguirse, simulaban pirámides. En quechua (runa-simi) recibían el nombre de sunturhuasis. 


  

martes, 1 de abril de 2014

trepanaciones craneanas de paracas

Eran intervenciones quirúrgicas en el cráneo de personas vivas, y no en cadáveres como equivocadamente se señalaba. Estas intervenciones perseguían dos objetivos:

  • Para aliviar compresiones debido a fracturas, que debieron ser frecuentes a causa de los hondazos y golpes con macanas producidos en la guerra.
  • Fines mito-religiosos. Creían que por estos huecos producidos salían los malos espíritus del cuerpo.
Procedimiento

Se cortaba una sección cuadrangular del cráneo mediante el proceso de las incisiones, raspado y barrenado. Hábilmente la persona que hacía el corte (por lo general era el chamán), procuraba no dañar la masa cerebral; de lo contrario, causaba la muerte. Retiraba la sección del hueso dañado, se cubría con una lámina de metal, o a veces con un pedazo de calabaza.
Muchas personas sometidas a estas trepanaciones sobrevivieron, según se ha podido observar con los restos hallados que muestran regeneración post-operatoria de los tejidos. 



Instrumentos

El instrumento utilizado estaba conformado por; cuchillos de obsidiana con mago de madera, puntas de piedra filuda, cinceles de bronce, cucharilla de dientes de cachalote, roscas de algodón, vendas e hilos. Al paciente se le anestesiaba con chicha, coca y otras yerbas. 


 

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